Cuando la Iglesia discrimina
Por Jay Bell
En mi condición de gay mormón, siento que esta religión, cuyos principios valoro, me está discriminando. Afortunadamente hay un puñado de personas que no discriminan, pero son la excepción. La triste realidad es que, por ser gay, soy en mi religión un "ciudadano de segunda clase". Aunque el Presidente de la Iglesia dice que hay que amar a los gays, la verdad es que la Iglesia continúa enseñando que ser gay es una conducta "repugnante" y "perversa" que, a menos que uno se arrepienta, conduce a la condenación eterna. En 28 años de publicaciones, la revista oficial de la Iglesia The Ensign [el equivalente en inglés a la Liahona], tiene solamente dos comentarios medianamente positivos en cuanto a los gays. ¿Cómo hemos de reaccionar cuando el Apóstol Richard G. Scott, una de las figuras más altas de la jerarquía mormona, declara que "una hija lesbiana [y presumiblemente, un hijo gay] no puede permanecer en la Iglesia"? (cita publicada en el periódico Los Angeles Times el 9 de setiembre de 1997).
El Presidente/Profeta de la Iglesia Mormona, Gordon B. Hinckley, dice que tal vez puedo permanecer en la Iglesia, pero debo hacerlo bajo severas condiciones. Primero dice que en la Iglesia "amamos [a los gays y a las lesbianas] como hijos e hijas de Dios", pero después declara que yo, por ser gay, no puedo expresar mi amor en una relación de pareja monógama. Dice que "no podemos quedarnos sin hacer nada si [las personas gays y lesbianas] se entregan a actividades inmorales, si intentan sustentar, defender y vivir lo que llaman el matrimonio de personas del mismo sexo." Dice que "deseamos ayudar a esas personas," pero no le explica a la Iglesia cómo ayudarlas, y me niega lo que yo tanto anhelo y necesito (Ver discurso de la Conferencia General, 4 de octubre de 1998).
¿Qué alternativa me queda? ¿Tengo que cerrar mi necesidad de amar bajo siete llaves para siempre? Tal cosa es psicológicamente dañina.
De acuerdo con la doctrina de la Iglesia Mormona, no tengo esperanza de entrar en el grado más alto del cielo. Para lograrlo, tendría que casarme con una mujer por esta vida y por la eternidad. En mi condición de hombre gay, yo no quiero casarme con alguien a quien no puedo consagrarme por completo en lo emocional, en lo físico, y en lo espiritual. Hacerlo sería una tragedia y una injusticia hacia la otra persona. Si me casara con una mujer, nunca sabríamos lo que es la completa dicha conyugal. De acuerdo con la teología mormona, lo más alto que puedo aspirar en el más allá es ser un siervo de los que sí se casaron. En mi condición de gay mormón, la Iglesia me exige que permanezca célibe. Pero, ¿por qué negarme el privilegio de amar a alguien?
Además de prohibirme el privilegio de amar a alguien, la Iglesia ignora toda la evidencia científica sobre las bases biológicas de la homosexualidad. Por haber nacido como una persona gay dentro del mormonismo, quedo teológicamente atrapado y condenado.
En honor a las enseñanzas de Cristo, la Iglesia publicó un himno titulado "Amad a otros" (Himnos, 203). ¿No es ya hora de que empiecen a pastorear también entre los miembros gays y las miembros lesbianas? Me consterna que mi iglesia, que tanto ha padecido en el siglo 19 por sus prácticas matrimoniales y religiosas, persiga ahora a una pequeña minoría dentro de sus propias filas. Mi iglesia impide que esta minoría encuentre una pareja, alguien con quien hacer un compromiso de amor ante Dios y ante el mundo.
Los líderes están usando la misma retórica que los enemigos de la Iglesia usaron contra ellos en el siglo 19. Es absurdo.
Me pregunto: ¿Será que la jerarquía mormona teme los matrimonios gays porque serían un matrimonio de iguales? Sería algo totalmente nuevo en la Iglesia Mormona. Para mí y para muchos otros, esta es una cuestión que nos angustia profundamente.
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